Biblioteca: Artículos

Dioses a medida 1/2

Cuando en 1939 Francisco Franco (católico practicante) gana la guerra, sabe que cuenta con la iglesia. Los tenía ganados de antemano. los desmanes cometidos por los republicanos, quemando y saqueando iglesias, y asesinando curas, le daba la garantía de su apoyo. Por entonces una Iglesia expandida e integrada en una sociedad altamente manipulable, empobrecida y escasamente culturizada con un bajo nivel de escolarización y alto analfabetismo, convino que los sloganes “Dios, Patria y Justicia” y “España: Una, Grande y Libre”, eran de lo más oportuno y conveniente para ellos que, dominando las escuelas desde primaria, tenían en sus manos un colchón importantísimo, el de la educación, básico para el futuro de cualquier sociedad civilizada moderna. Entonces supimos que Dios era “franquista” a la Iglesia le convenía que lo fuera.

Como también a la Iglesia le convino un Dios oportuno, para ponerse de lado, cuando poco después Hitler invadió Italia y pactó, con el entonces Papa Pio XII, la no intervención del Vaticano. Más tarde cuando Hitler y su camarilla cayeron la Iglesia despertó y, de repente, recordó las atrocidades cometidas dentro y fuera de los campos de concentración nazis. Ahora el Dios conveniente para la Iglesia era el conciliador, el redentor, pero también el justo (justiciero) el que condenaba, seguramente a destiempo, el magnicidio cometido recientemente.

Volviendo a España; Durante los últimos cuarenta años la Iglesia ha ido perdiendo buena parte de la influencia ganada durante los otros cuarenta anteriores del franquismo. La reaparición, actualización y penetración en la sociedad de los partidos políticos populistas de extrema izquierda ha sido un caldo de cultivo que no sólo han descuidado, sino que desde dentro han propiciado buena parte de los componentes de esta nueva Iglesia, sacerdotes más jóvenes y modernos, que se han adaptado a las nuevas costumbres y necesidades de una sociedad mucho más culta pero también mucho más desarraigada y menos necesitada. Ahora conviene un Dios que sea actual, que permita, o tolere, aunque sea de nuevo poniéndose de lado, temas sociales tan controvertidos y otrora tan condenados por la propia Iglesia como la homosexualidad, el matrimonio legal entre homosexuales, el aborto… El Dios de ahora es el misericordioso. Y es que siempre encuentran un argumento que justifique un fin: el que en cada momento les dé más adeptos.

(Continua en página siguiente)

PortadaOtra historia



Indice


Recomendar: Un libro

Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


Lea en cualquier lugar y momento nuestras historias y artículos gratuitos escaneando el codigo QR