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Dioses a medida 2/2

Volviendo a España; Durante los últimos cuarenta años la Iglesia ha ido perdiendo buena parte de la influencia ganada durante los otros cuarenta anteriores del franquismo. La reaparición, actualización y penetración en la sociedad de los partidos políticos populistas de extrema izquierda ha sido un caldo de cultivo que no sólo han descuidado, sino que desde dentro han propiciado buena parte de los componentes de esta nueva Iglesia, sacerdotes más jóvenes y modernos, que se han adaptado a las nuevas costumbres y necesidades de una sociedad mucho más culta pero también mucho más desarraigada y menos necesitada. Ahora conviene un Dios que sea actual, que permita, o tolere, aunque sea de nuevo poniéndose de lado, temas sociales tan controvertidos y otrora tan condenados por la propia Iglesia como la homosexualidad, el matrimonio legal entre homosexuales, el aborto… El Dios de ahora es el misericordioso. Y es que siempre encuentran un argumento que justifique un fin: el que en cada momento les dé más adeptos.

Sin embargo, y aunque es sabido que en España siempre ha habido una clara influencia de la Iglesia en el Estado, Éste a lo largo de los años, y dependiendo del modelo puntual de partido gobernante, se ha ido desligando de ella; al tiempo que ésta, calculando el mal menor, se ha ido manteniendo prudente en un segundo plano aunque, eso sí, haciéndose presente en los momentos clave para recordar su clara autoridad.

Ahora, cuando España se encuentra inmersa en el mayor problema político y social acaecido en los últimos 80 años, desde el término de nuestra guerra civil. Cuando una parte muy importante, aunque menor, del pueblo catalán, perfectamente adoctrinado y manipulado por un Gobierno de la Generalidad interesado, corrupto y golpista presidido por Carles Puigdemont, se lanza a las calles demandando nada menos que se incumplan las leyes vigentes en todo el Estado desde hace cuarenta años; Incumpliendo e incitando a la población para que se contravenga una Constitución que nos dimos de mutuo acuerdo para la convivencia de todos y votada por la totalidad del pueblo español con un resultado de votos a favor del 87.9% de promedio, y que en la propia Cataluña la votó positivamente el 90.5% de la población (porcentaje claramente mayor a la media nacional), Es ahora cuando aparece el “nuevo” Dios, el Dios partidista que ahora conviene.


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Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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