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¿A que jugamos?

Últimamente estamos teniendo un nuevo juguete del que estar pendientes. Todo es poco para alimentar el morbo y poder vender revistas, periódicos o programas de Tv.

El ser humano no importa. Lo importante es darle carnaza a la gente.

Hace muchos años ya que el mundo en el que vivimos se ha transformado en un teatro o todavía mejor, en un teatro bufo. La gente actúa dependiendo de como las grandes potencias económicas mueven los hilos. Y pensarán lo que ellos quieren que piensen y saldrán en manifestación a pedir...¿a pedir que? ¿Alguna de las personas que salen puño en alto o con mano extendida saben que piden? No. Solo conocen, como mucho, lo que se ha querido que conozcan, normalmente manipulado.

No deja de ser chistoso, si se ve desde la butaca del teatro, la comedia de cientos o miles de personas clamando por lo que sea. Están en su derecho...Si. Servirá para algo...No. Al menos para ellos.

Actualmente tenemos el caramelito mediático de Greta Thunberg. Muy lamentable.

Unos la ensalzan como personaje del año, Otros es una influencia mundial. Otros la critican. Otros la vituperan sin razón.

¿Pero que o quien es Greta Thunberg? Para mi es una pobre niña a la que familiares, políticos y prensa, le están sacando el máximo rendimiento posible al margen de lo que es...una pobre niña a la que dentro de un tiempo, cuando ya no sirva, la arrojarán al olvido y...si tiene suerte dejará de poner toda alma en lo que ahora le han inculcado y hará otras cosas que la mantengan cuerda y olvide este tiempo de comedia.

Porque no nos engañemos. ¿A cuantos niños prodigio ensalzados por los medios conocen que hayan terminado bien? A mi no se me ocurre ninguno.

Desde el macabro asesinato de JonBenét, la reina de la belleza a cantidad de niños como El Pequeño ruiseñor, Marisol, o cientos de ellos que en su gran mayoría han sido manipulados mientras han servido para generar dividendos y que después son arrojados como el bote de una cerveza a la que ya no hay nada que sacar.

Yo pediría como regalo para estas próximas Navidades que la gente tuviera conciencia y que dejara a los niños ser niños y si tienen unas facultades especiales, que se las fomenten pero al margen de la prensa y de los sinvergüenzas que quieran manipularlos para sacarles provecho.


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Recomendar: Un libro

Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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