Aventura de las gafas de oro.

Arthur Conan Doyle

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El inspector subió las escaleras, con su lustroso impermeable resplandeciendo bajo la luz de la lámpara.

Le ayudé a quitárselo, mientras Holmes avivaba la llama de los troncos de la chimenea.

-Acérquese, amigo Hopkins, y caliéntese los pies.

Aquí tiene un cigarro, y el doctor tiene preparada una receta a base de agua caliente y limón que es mano de santo en noches como ésta.

Tiene que ser un asunto importante el que le ha traído aquí con semejante temporal

-Sí que lo es, señor Holmes. Le aseguro que he tenido una tarde agotadora.

¿Ha visto algo sobre el caso de Yoxley en las últimas ediciones de los periódicos?.

-Hoy no he visto nada posterior al siglo quince.

-Bueno, no se ha perdido nada porque sólo venía un parrafito y todo está equivocado.

No he dejado que crezca la hierba bajo mis pies.

La cosa ha ocurrido en Kent, a siete millas de Chatham y tres de la estación de ferrocarril

Me telegrafiaron a las tres y cuarto, llegué a Yoxley Old Place a las cinco, llevé a cabo mis investigaciones, regresé a Charing Cross en el último tren y vine directamente en coche a verle usted

-Lo cual significa, según creo entender, que no ve usted del todo claro el asunto.

-Significa que no le encuentro ni pies ni cabeza.

Por lo que he podido ver, se trata del caso más embarullado que jamás me haya tocado en suerte, y eso que al principio parecía tan sencillo que no ofrecía dudas.

No hay móvil, señor Holmes, eso es lo que me trae a mal traer: que no consigo encontrar un móvil

Tenemos un muerto..., sobre eso no cabe ninguna duda..., pero, por más que miro, no encuentro ninguna relación por la que alguien pudiera desearle algún mal al difunto.

Holmes encendió su cigarro y se recostó en su asiento.

-A ver, cuéntenos -dijo.

-Para mí, los hechos están muy claros -dijo Stanley Hopkins-

Lo único que me falta saber es qué significan

La historia, por lo que he podido averiguar, es la siguiente: Hace unos diez años, esta casa de campo, Yoxley Old Place, fue alquilada por un hombre mayor, que dijo llamarse profesor Coram

Estaba inválido, y se pasaba la mitad del tiempo en la cama y la otra mitad renqueando por la casa con un bastón o paseando por el jardín en una silla de ruedas empujada por el jardinero.

Gozaba de las simpatías de los pocos vecinos que iban a visitarlo, y tenía reputación de ser muy culto.

Su servicio doméstico lo componían una anciana ama de llaves, la señora Marker, y una doncella, llamada Susan Tarlton

Las dos están con él desde que llegó, y las dos parecen ser excelentes personas.

El profesor está escribiendo un libro erudito, y hace cosa de un año tuvo necesidad de contratar un secretario.

Los dos primeros que encontró fueron sendos fracasos, pero el tercero, un joven recién salido de la universidad llamado Willoughby Smith, parece que era justo lo que el profesor andaba buscando.

Su trabajo consistía en escribir durante toda la mañana lo que el profesor le dictaba, después de lo cual solía pasearse buscando referencias y textos relacionados con la tarea del día siguiente.

Este Willoughby Smith no tiene ningún antecedente negativo, ni de muchacho en Uppingham ni de joven en Cambridge.

He leído sus certificados y parecen indicar que ha sido siempre un tipo decente, callado y trabajador, sin ninguna mancha en su historial

Y sin embargo, éste es el joven que ha encontrado la muerte esta mañana, en el despacho del profesor, en circunstancias que sólo pueden interpretarse como asesinato.

El viento aullaba y gemía en las ventanas.

Holmes y yo nos acercanos más al fuego, mientras el joven inspector, poco a poco v con todo detalle, iba desgranando su curioso relato.

-Aunque buscásemos por toda Inglaterra -continuó-, no creo que pudiéramos encontrar una casa más aislada del mundo y libre de influencias exteriores.

Podían pasar semanas enteras sin que nadie cruzara la puerta del jardín

El profesor vivía absorto en su trabajo y no existía para él nada más.

El joven Smith no conocía a nadie en el vecindario, y llevaba una vida muy similar a la de su jefe.

Las dos mujeres no salían para nada de la casa.

Mortimer, el jardinero, el que empuja la silla de ruedas, es un pensionista del ejército, un veterano de Crimea de conducta intachable.

No vive en la casa, sino en una casita de tres habitaciones al otro extremo del jardín

Estas son las únicas personas que uno puede encontrar en los terrenos de Yoxley Old Place.

Por otra parte, la puerta del jardín está a cien yardas de la carretera principal de Londres a Chatham; se abre con un pestillo y no hay nada que impida que alguien entre.


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