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¿Palabros?

Es increíble la de vueltas que a veces se le da al lenguaje para “no decir lo que estoy diciendo”, y “terminar haciendo lo que digo que no pienso hacer”.

Para esto, los políticos son verdaderos expertos.

Con la influencia de la televisión, las redes sociales y la prensa, hemos conseguido que el juego de palabras, para no decir lo que digo y no hacer lo que hago, haya llegado a unos límites que tratan, a quien les escucha, de que tenga la mente plana, en lo que es una falta de respeto de difícil calificación. Y en gran parte tienen razón.

Hace apenas unos meses el líder de Podemos decía que no podíamos mantener en el gobierno a “un partido corrupto” y participa activamente en una moción de censura contra él. Esta misma mañana cuando la corrupción afecta al PSOE, termina de decirnos que ahora es distinto “porque aquella corrupción se debía al bipartidismo” y eso pertenece al pasado. Hipócrita declaración, cuando ahora ya no conviene ser tan crítico porque se debe al pacto en proceso con ese mismo partido.

A continuación sale el portavoz del PSOE, vicepresidente del gobierno en funciones, y declara, sin empacho alguno, que aquella corrupción no era del PSOE, que fue cosa de la Junta de Andalucía. Por un momento pretende hacernos olvidar que los sentenciados hoy eran nada menos que los más altos cargos de su partido en Andalucía. Probablemente ha tenido un lapsus momentáneo.

¿Por que no se les llama a las cosas por su nombre? ¿Por que no se utilizan por su definición en español? Naturalmente, es una pregunta retórica.

La izquierda es “comunista”, cuando se quiso descafeinar pasó a ser “eurocomunista” y cuando se reniega totalmente de sus orígenes se declara “socialista” y tiene que inventarse un “palabro” como: “progresista”. ¿Esto que es? ¿Qué es ser progresista”? Yo quiero entender que un médico que inventa un nuevo tratamiento (por ejemplo), es “progresista”. Un empresario que da trabajo a la gente y lucha por su país ¿no es “progresista”? O acaso lo es mucho más un político, que no ha hecho nunca nada más que hablar, pero no ha creado nada en su vida, teniendo como única misión la de dirigirnos como borregos...

Y la palabra “feminista”…, ¿qué es?. Yo no la entiendo sino en su justa definición, supongo que debería ser lo mismo que el concepto “machista” pero practicado por mujeres.

¿Y Gay que es? Acaso no tenemos en nuestro rico diccionario la palabra homosexual que lo define perfectamente? ¿Qué problema hay en emplear la palabra en español?

Otras palabras desaparecen, quizás por ese mal llamado progresismo. Es el caso del género neutro. Ahora se llega a la estupidez de distinguir, sin necesidad alguna, “hombres y mujeres” sencillamente por no decir “personas”. ¿O es que ya no queremos que haya “personas”?

En fin, esta es la idea porque actualmente hay tantas que creo que con esto es suficiente para que la gente “culta” me pudiera decir que se pretende con esto, porque yo, en mi ignorancia, me parece que son ganas de engañar, dividir y someter por la falta de conocimientos a una gran parte de la gente (no hombres y mujeres, también está “gente”) que solo sirven para tocar las palmas cuando habla su líder correspondiente.

Paco Plumillas


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Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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