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Ni una, ni grande, ni libre.

Cuando en 1972 juré bandera no besé un “trapo”. Para mí aquel gesto representó honrar el símbolo representativo del país en el que había nacido y que en ese momento confirmaba como propio de mi nacionalidad. Y mi nacionalidad me concedía el privilegio de ser ciudadano de un país único en el mundo, ya que no existe otro con el mismo nombre ni iguales características; así pues España era Una. También era Grande, si no en su extensión (apenas algo más de medio millón de kilómetros cuadrados), sí en su grandeza histórica, indiscutible a lo largo de los siglos. Y por último, era Libre por cuanto que no tenía dependencia administrativa, o de otra índole, respecto de los países de su entorno.

Así pues, al adoptar Francisco Franco los tres calificativos como lema propio para nuestra nación, proclamaba el reconocimiento de esas mismas características de su Unidad, Grandeza y Libertad, en lo universal.

Tras su muerte, y el advenimiento de la democracia, es sabido que cualquier símbolo o lema que tenga la mínima connotación al franquismo ha de ser repudiado y abolido. Da lo mismo lo que realmente signifique. Simplemente se tata de denostar y borrar cualquier vestigio de recuerdo de aquel régimen.

Llegados a este punto, el mero hecho de pronunciar hoy esa trilogía es suficiente para ser vituperado y tachado de fascista. De la misma manera, nuestra bandera, aquella que besamos los españoles jurando lealtad a los principios que representa, ahora se pisotea y se quema por algunos con total desprecio, al amparo de la mal utilizada “libertad de expresión”. Y lo que es peor, sin el mínimo atisbo de defensa o censura por parte de la autoridad judicial,

Los españoles, y como consecuencia de la mala gestión de nuestros dirigentes a lo largo de nuestra historia, fuimos perdiendo docenas de territorios y posesiones en todo el mundo, desmembrando lo que había sido el “Impero Español”. Las últimas: Cuba y Filipinas, las más sonadas; y el norte de África, la más reciente, influyeron en el desencanto militar que contribuyó al golpe de estado del General Primo de Rivera y la posterior “salida” del rey Alfonso XIII, de España al exilio suizo.

A día de hoy, y siguiendo esa locura suicida de autodestrucción en la que estamos empeñados, España lleva camino de no ser Una. De ello se están encargando los partidos secesionistas que ya, abiertamente sin recato alguno, reclaman la segregación de los territorios españoles (País Vasco y Cataluña). Y llevan camino de conseguirlo, con el beneplácito de un partido político (PSOE), respaldado por nada menos que casi siete millones de votos, y que ha cedido su idiosincrasia, hasta ahora constitucionalista, a un dirigente ególatra, oportunista y traidor que está vendiendo nuestra nación a trozos, simplemente, y por su único deseo personal de ser presidente de lo que quede de España.

En cuanto lo consiga España ya tampoco será Grande, pues habrá perdido una parte importante de su escaso territorio, de su población y de su PIB, viendo reducido su potencial económico de manera notable. Pero también sufrirán la penuria económica los ciudadanos de esas futuras repúblicas, que se verán arrastrados al desastre, unos, los más, de forma forzada, y los otros, los que les siguen en su ensoñación, sin percatarse del desastre económico a los que son empujados en su engaño por unos enloquecidos dirigentes que sólo persiguen afán de protagonismo –cuando no el enriquecimiento ilícito, como el caso de los ex presidentes, Mas, y Pujol y familia-

¿Y Libre…? ¿Cómo vamos a ser libres en manos de un gobierno de extremistas compuesto por una amalgama de seudopolíticos socialistas, anti constitucionalistas, comunistas, separatistas y pro-terroristas (de ETA)?

¿De verdad que es eso lo que queremos los españoles?

Ciertamente estamos inmersos en una situación de extrema gravedad, que se refleja en una parte importante de la población, en la que cunde el desánimo, porque no se vislumbra reacción alguna por parte de unos políticos acomodados, cobardes e incapaces de tomar cartas en el asunto. Pero es que tampoco se ve reacción alguna por parte de la población conformada que vive hacia adentro de sus propios problemas.

Porque ¿Alguien está pensando qué va a ser de los derechos de los ciudadanos de ambas comunidades que se sienten españoles, porque lo son, y que se ven desamparados por parte de esos mismos políticos?

¿Acaso alguien tiene el derecho a privarles de su nacionalidad?

¿Cuánto van a tardar en sumarse al carro y pedir la independencia la Comunidad Valenciana, Galicia, Aragón, Andalucía…?

Cuando ya se permite quemar en público la bandera de España, la imagen del Rey, y se le declara persona “non grata” en territorios españoles – esto ya es un hecho tanto en el País Vasco como en Cataluña- ¿Cuánto va a tardar en seguir el camino de su abuelo, en el exilio, el actual Rey Felipe VI?

¿De verdad que lo van a permitir?

Su abuelo, cuando “marchó” lo hizo diciendo que se iba: “…para evitar que en España se derramara la sangre de los españoles”. Ni con su marcha lo consiguió.

Se dice, falsamente, que el avestruz esconde su cabeza a ras de suelo cuando advierte un peligro, para no verlo. Esto no es más que una leyenda falsa en el caso del avestruz, pero es lo que está ocurriendo en buena parte de la ciudadanía, que acostumbrada a evitarse problemas se niega a ver lo que se nos viene encima, dejándose llevar por la cómoda inercia destructiva de la nación a la que nos están arrastrando nuestro políticos.

Está claro que España, dirigida por esta deplorable clase de políticos ya no volverá a ser Una, ni Grande, ni Libre, pero si Pedro Sánchez perpetra tamaña fechoría, y está en vías de hacerlo, debería ser acusado y juzgado por alta traición.

¿Habrá alguien capaz de procesarlo?

¿Habría algún juez capaz de condenarlo…?


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Recomendar: Un libro

Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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