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¿El Guernica?

¿Cómo llamar a estos años en que la estupidez humana no tiene límites? Y no me refiero en el ámbito de los conocimientos, me refiero en el de la cultura, la que igualmente puede estar en un labriego o en un catedrático, esa con la que hay gente que nace y otros que nunca la tendrán.

¿Cómo si no podría entenderse las cosas que vemos cada día?

Tal parece que en vez del Coronavirus, haya otro virus que, desde hace años, nos va corroyendo por dentro.

Da risa y pena ver el congreso de los diputados haciendo la representación para la que están cobrando unos sueldos muy sustanciosos. El líder de turno dice la tontería que le toca y el resto tocan palmas: y a algunos sólo les falta que añadan unas castañuelas.

Vemos que hay políticos que mienten con toda la boca, que se ríen de sus votantes porque saben que a ellos, a una parte no les importa ser tontos y a la otra les vasta con que no gane el enemigo. ¿Qué quien es su enemigo? Sencillo, el que les indique el líder.

Hoy mismo he tenido una demostración de reacciones que no se esperan de gente a la que se le supone una cierta preparación.

Un una tertulia se ha mostrado el Guernica de Picasso. Todo eran alabanzas, “sobrecoge”, “una maravilla”, etc. Hasta que a mi se me ha ocurrido comentar que no me gustaba y me parecía una cataplasma. Tampoco estaba claro el nombre puesto que, parece ser, que este cuadro él lo había dedicado a su gran amigo muerto Ignacio Sánchez Megías, torero, y lo aprovechó cuando la república le encargó un cuadro ¡urgentemente! Para la exposición de París.

¡Que has dicho! En ese momento se armó la de San Quintín. ¡Todo era cosa de Franco! (¡mira que este hombre da juego!) ¡Yo era de todo, menos bonito! ¡Todo era un contubernio de la derecha fascista a la que yo representaba!

Veamos, ¿estamos chalados? Yo opino del Guernica lo que me da la gana y puedo tener la misma razón que tú mientras no se me demuestre con papeles. Y ni soy político ni podría serlo porque no entiendo que los diputados, sean los que sean, voten lo que les mandan desde la dirección. Para eso podría votar el líder solamente y nos ahorrábamos un montón de euros.

Y sigo opinando lo mismo, el Guernica no me gusta nada, ni Picasso, como persona, tampoco. Y como hombre que se arrodilla y le salen las lágrimas delante de una obra de arte que le enamore, en esta, al margen de interpretaciones yo veo un caballo, un toro, banderillas, esposa llorando, etc... Si estoy equivocado, puede ser, convencerme pero no insultéis y mostrarme la gran cantidad de lugares donde hay copias, a tamaño real, de este cuadro tan alegre. Si el arte se hace solo para ser entendido por elegidos, no es arte, es comercio.


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Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.


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