Biblioteca: Artículos

Enrique Santos Discépolo - Cambalache.

Saludos

Estamos en un tiempo extraño en que, en pocos años, se ha conseguido que nos odiemos entre nosotros, un tiempo en que se llega a extremos de no valorar cosas tan importantes como la educación.

Todo esto está dirigido, nada es casual.

La puntilla la van a dar con unas leyes que facilitan la incompetencia y matan el esfuerzo personal.

Cada vez se lee menos porque no se practica, hasta los libros nos los dan hablados. Y algo tan importante como la posesión del segundo idioma más hablado del mundo se cuestiona y se intenta desmerecer frente a otras lenguas, igualmente de importantes para sus usuarios, pero infinitamente más locales y, por lo tanto, con una mínima proyección global.

Nada es casual, si ya los niños no saben leer, ¿cómo van a hacerlo en un idioma que no han aprendido? Se ven obligados, los menos favorecidos, a perder un bagaje cultural de cientos de millones de historias y a enclaustrarse, en una época de globalización mundial, en pequeños terruños o reinos de taifas que pondrán muy difícil el salir al mundo con unos conocimientos ámplios.

Porque nadie conoce en que comarca o país tendrá que trabajar mañana y la competencia, por cuatro puestos que no habrán sido asignados a los robots, será feroz. Vamos a seguir poniendo historias, cuentos, recuerdos, anécdotas, etc. Pequeñas lecturas para que, desde el pc, la tablet o el móvil, sean leídas en pocos minutos y de manera gratuita. Con esto intentaremos contribuir, en nuestra medida, a entretener en estos tiempos, presentes y futuros, de confinamiento y a ponernos en contacto, con quien lo desee, para que pueda contar su historia o simplemente nos de la idea para que la desarrollemos.


PortadaOtra historia



Indice


Recomendar: Un libro

Estamos en 1950. La guerra hace tiempo que terminó pero las últimas consecuencias de una guerra fratricida todavía llena las cárceles de España. También las de Valencia. La de San Miguel de los Reyes, la Modelo. Miles de ciudadanos se agolpan en el Interior de sus muros a la espera de sentencia. En la mayoría de los casos su única culpa ha sido militar en el bando perdedor o tener algún vecino envidioso. Algunos pronto saldrán, otros deberán cumplir algunos años de privación de su libertad, pero otros solo saldrán dentro de una caja de pino.

Y allí, en la ciudad del Turia comienza esta historia. Son historias de un barrio de manos del hilo conductor de una familia. Muchas familias tendrán también muchas cosas que contar, buenas y malas, grandes, pequeñas, y que pensamos que no deberían perderse porque forman parte de la historia. En el número 90 de esta calle (actualmente 92) vive la familia Oltra.


Pepita, a sus quince años y con cuatro años más, comprendía mucho mejor la situación que se creaba con la muerte de su padre. Desde el comedor sólo llegaba el silencio alterado, de vez en cuando, por los sollozos de Paca, la madrastra de su padre; la única abuela que había conocido por que la madre de su padre había muerto al poco tiempo de nacer este. Pero la «iaia» Paca se había comportado siempre como una verdadera madre con su padre y como una abuela muy cariñosa y buena para ella.

Pepita se levantó y fue al comedor. Su abuela la vio llegar y le abrió los brazos en los que la adolescente se refugió sintiendo cómo le acariciaba sus cabellos mientras la consolaba.

-Plora, plora xiqueta, pobreta meua. Açi tens a la iaia, al iaio, i a tots. Mai estareu a soles filla meua (2)

Un asomo de rabia la hizo abandonar los brazos de la «iaia» y dirigiéndose al balcón, lo abrió y cogiendo la toalla de cuadros rojos tendida, la arrancó de un tirón con rabia y la lanzó al suelo de la sala. Cualquiera, que no estuviera al tanto, nunca podría comprender esa reacción porque, dependiendo de donde estuviera tendida la toalla, era la señal que le indicaba a cualquier «maquis» llegado de las montañas que había peligro, o no, en subir a la casa. Ya no hacía falta, ya no podrían traerle más noticias de su padre ni esperar nada de él.

En la sala había un escritorio debajo del cual tenía su cama, que se limitaba a un colchón en el suelo. En él se refugió encogiendo su cuerpo que ya mostraba todos los encantos de su adolescencia. Allí se tumbó y soñó sin necesidad de dormir.