Anecdotas de un comercial

Te conocemos.

El primer director que tuvimos en la sucursal fue un verdadero fenómeno. El súper comercial Sr Regó fue un hombre amable, educado y un comercial maravilloso. Las clases de ventas te enseñan mucho, no lo discuto, pero la personalidad de este hombre nos dió el temple y el "savoire faire" que no se puede enseñar. Es como el vino, no se puede hacer un buen vino con unas malas uvas, pero la calidad final la da la barrica y el tiempo.

Cuando lo destinaron otra vez a su Cataluña natal la sucursal de Valencia perdió un valor básico que ya le costó mucho recuperar.

Y fué con un compañero de Barcelona con el que me pasó una anécdota muy curiosa.

En alguna de las reuniones de trabajo que habíamos tenido él me había comentado muchas veces que mantenía una relación por escritura automática con unos seres que el comentaba que suponía que eran extraterrestres pero que no lo tenía seguro.

En uno de los viajes a Barcelona estuvimos juntos y yo le comenté que me gustaría verlo en acción. Por supuesto que sí, me dijo. Pero pasó toda la semana y no nos acordamos. Llegó el viernes y Xavi me llevó al aeropuerto para tomar el vuelo a Valencia. Sentados en una mesa de la cafetería me acordé del "experimento" no realizado.

-Aún estamos a tiempo -dijo Xavi- así es que vete a dar una vuelta y piensa como si estuvieras hablando con ellos. Si quieren ponerse en contacto conmigo, me lo dirán.

Naturalmente que lo hice, me lo tomé totalmente en serio y mantuve una especie de conversación en la que solo hablaba yo mentalmente. No recuerdo lo que dije, sólo recuerdo nítidamente que al final pensé... “Si me necesitáis para algo aquí estoy pero, si verdaderamente sois lo que dice Xavi, no hace falta que lo diga, ya me conocéis”.

Con esto di por terminada la conversación y me dirigí a la mesa.

Al llegar Xavi me alargó unas hojas escritas mientras me decía.

-No lo he leído, pero esto es lo que me han dictado. Tú sabrás si significa algo.

Al leerlo me quedé asombrado. Habían comentarios sobre lo que yo había pensado y tres hojas en las que se repetía continuamente...te conocemos, te conocemos, te conocemos...

Que cada uno piense lo que pudo ser. Yo no lo sé verdaderamente. ¿Transmisión de pensamiento? ¿casualidad? ¿extraterrestres? Yo prefiero pensar que fuera lo que fuera, lo mejor es ser la mejor persona posible y no hacer mal ninguno.

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Hablemos de...
Juanito Feliz 3/3

Pronto vio que con aquel cambio sus hijos nunca podrían hacer el patrimonio que él había hecho trabajando, ya que el mundo empezaba a ser, ya no de los inteligentes, si no de los sinvergüenzas, ladrones, oportunistas…, y sobre todo, de una especie autóctona que empezó a florecer con una fuerza imparable: los políticos. Pero le explicaron que esto era lo bueno, porque los periodistas lo decían. Los periodistas eran los propietarios de la verdad y tenían libertad para manipular, mentir y contar todo lo importante que ocurría, como las veces que fulanita se había acostado con menganito, o cuanto había robado tal político –claro está siempre que éste no fuera de su misma doctrina política-.

Los artistas también eran mejores porque en las escenas de cine ya no hacía falta rebuscar un pretexto que, tras el beso, nos diera a entender que fulanito se acostaba con fulanita, sencillamente con filmar directamente un cuarto de hora de fornicación explícita la cosa estaba hecha. Y efectivamente, Juan Feliz entendió que todo aquello era bueno porque, además de que los jóvenes lo aplaudían, sabía que todos ellos, y ellas, ganaban verdaderas fortunas.

Y para estar acorde con los nuevos tiempos, su mujer se divorció de él. No había malos tratos entre ellos, no había cuernos, no había nada que Juan Feliz considerara lógico para que al menos lo justificara y poder sentirse culpable, pero al parecer venían ocurriendo dentro del matrimonio otros hechos terribles, como su falta de afición a bailar –según alegó ella en su solicitud de divorcio-. También fue una pena que, por casualidad, aquel deseo repentino de ella ocurriera en un momento en que, por circunstancias ajenas a él mismo, a Juan Feliz le fallo el trabajo –y los ingresos-. En otra época seguramente esto se habría arreglado y la solución habría sido más sencilla, pero estábamos en un mundo maravilloso de progreso y modernía en donde todos vivíamos muy bien. Se forró el estado, los abogados, y los notarios. Salieron ganando las compañías de suministros porque para abastecer dos casas se necesitaron dos contratos de luz y aguas potables. Todo ello a cuenta de Juan Feliz, claro.

Naturalmente quién mas ganó fue la familia que pasó a disgregarse y a ser mucho más libres todos. Y al haber más oferta de mano de obra que de trabajo, costaba encontrar uno y comenzaron a caer los sueldos, y Juan Feliz llegó a pensar en lo libres y felices que se deben sentir los muertos: pueden hacer lo que quieran, nadie les va a decir nada ni a sacar el dinero.

Y todos los días se veía bombardeado por noticias explicándole lo mal que lo debió de pasar él de joven. Y hasta algunos amigos y familiares, con casas y chalets adquiridos en otra época, le explicaban ahora lo mala que había sido aquella situación y lo bien que se vivía ahora, teniendo la fortuna de conservar el patrimonio anterior.

Los jóvenes, sin futuro, se asombraban de lo mal que habían vivido sus padres, y mientras los saqueaban los criticaban por no saber aceptar los beneficios de la nueva buena vida.

Y siguieron diciéndole que esto era lo bueno porque ahora sí había libertad, y a los niños ya no se les enseñaba a ceder el asiento en el autobús. Se les explicaba que la libertad era hacer lo que les diera la gana sin recibir reprimendas. Y Juan Feliz vio como a las cosas se les cambiaba de nombre en perjuicio de muchos para el placer de unos pocos... y los hombres se casaban entre ellos y las mujeres se casaban entre ellas, y los adolescentes se drogaban y emborrachaban en público y se les enseñaba a masturbarse en las escuelas.

Y se alegró mucho al contemplar lo felices que eran ahora los ricos y lo fácilmente que engañaban a los pobres. Y vio cómo los políticos ganaban millones, de nuestros impuestos, mientras levantaban el puño cantando la Internacional. Los salarios seguían insuficientes y de las pensiones de los mayores vivían los hijos aún sin trabajo. Mientras se regocijaba con todos estos beneficios modernos se acordó de novelas como Fahrenheit 451, Un mundo feliz, 1984 y otras muchas, y recordó un dicho antiguo que decía: “quien por su gusto muere, nadie le llore” y Juan Feliz fue feliz.

Solamente un hecho le llenó de pesar, y era el reconocer lo equivocado que había estado gran parte de su vida creyendo que de joven había sido feliz.